Els béns incompartibles (1947-1951)

Isla

¡Esta tierra alzada dentro del mediodía esbelto,
relieves, luz en la luz, serenamente!…
Los montes tienen en la cima
un poco de viento entre pinares
y todo el azul del cielo. Y otro día,
el aire, al fondo del torrente, era un pozo de silencio
y transparencia, y duras y soleadas
las veredas subían los peldaños de las hazas, los bosques,
y se ensanchaba la isla en el reposo.
Sólo un chorro lejano de agua entre rocas
rumoreaba, y cuando venía el canto del gallo
era cansado y pálido bajo el día
encendido y dilatado. Pero la tierra
ya colgaba su tramontana
de cinchas sobre el mar, y ya se sentía
el esfuerzo de piedra airada y conmovida
para afirmarse y dominar, elevada
todo el aro marino de los horizontes:
extendida vastedad, con lentas olas
y espumas en el labio, estrechando la cintura
de los peñascos que se arraigan en un mundo azul e incógnito.
Una vela era un pétalo cálido sobre el cristal
del agua, y la gaviota ascendía hasta la cima
su dorso de alas estiradas,
en reposados giros, contra la mar suspendidas.

La isla, en el corazón denso y estrecho,
lleva la azul canción de los horizontes.
Es distancia la mirada entre la roca;
la mar se adormece bajo caminos de calma,
laberinto vasto y pálido de un mito ya olvidado.
Cerca, entre hierbas claras, piedra, arena,
el pez encuentra un reflejo náufrago al sol.
Las playas se abandonan, brillantes, desperezadas,
en el diminuto asalto de ola y de brisa.
Hay niños, o recuerdo de niños, al lado fresco
del agua, entre el júbilo rompiente. Pero al atardecer
quedaba solo el mar, abandono y sombra,
trágica inmensidad. El mar estaba vivo,
hasta las negras simas de silencio, en la noche;
respiraba, enviaba su salobre y húmedo
amargor desde el frío de su golfo. La memoria
de la infancia escuchaba la voz de la mar. Ya duermen
los pájaros dentro de las rocas. Sólo vela el viento, la mar
sobre la cual se eleva, la libertad surcada
ampliamente, el ge mido que queda entre las piedras…
Cuando el amor me poblaba el espíritu vigilante,
me pareció ver un anochecer de verano, e inmenso añoro,
sobre el chorro de luna caído olas allá,
un camino de belleza y de misterio
para ir a la más alta locura donde se confunden
desesperanza y gozo en un clamor infinito.

Buques de otros veranos, de días sin memoria,
de ciudades derruidas, surcaban un mar
no más joven que hoy. Veían riberas abruptas,
puertos tentadores. Naucleros derechos en el timón y esclavos
cansados sobre los remos miraban tiernas hazas,
pinares entre rocas, surgidos de la aurora,
y sentían la dulzura de humanas voces, gritos
animales, de reposo, de caminos en silencio,
a lo largo de la isla. ¡Oh hueca extensión de oleadas
activas, de combate! Mirad cómo prosiguen,
frescas aún, en una primavera telúrica.
Están ahora verdes, campos de trigo, follaje de árboles,
con rumor tierno, a solas con la luz y la brisa.
Ocultan el esqueleto polvoriento, la corteza dura,
en una juventud de ligera virtud.
Es también primavera la flor, el pájaro, el lamento
amoroso, el lamento que hiere la dichosa
extrañeza de un mundo maravillado,
la clara, imperturbable y ajena belleza.
¡Sentimiento solitario, extendido entre un desierto
de sal y transparencias!
Ya la ciudad en sombra, en vivo reposo, ascendía,
ceñida de distancias, de paz, de encantamiento,
con muros y campanas colgando sobre la mar,
con las calles de piedra y gritos de criaturas.
Posible era entonces un pensamiento de amor,
profundo espejo con flores caídas de la tarde,
o el milagro mismo ante los ojos
del paso de un cuerpo donde se olvidaba el mundo,
esperada sorpresa que ofrecían los días,
como una fruta de oro al fondo del oscuro follaje
que la oculta o la ofrece, tentación del brazo,
con el leve movimiento donde el aire se insinúa.

Calla el viento un instante, toma nuevo aliento,
nueva embestida, llega, y la larga presencia
remueve y doblega los árboles, que gotean.
Llueve, dentro de la noche; y lluvia y viento, al mismo tiempo,
son un concierto sobre la tierra oscura
que me trae un recuerdo perdido de la infancia:
cuando, al anochecer, estando en casa, miraba
cómo caía tras los cristales la sonora
lluvia en la calle oscura, sólo alumbrada
por una luz sacudida en una esquina,
rojiza; y algún hombre, únicamente,
transitaba, presuroso; su fuerte paso
resonando entre las piedras, que con la lluvia
estaban mojadas y brillantes… En casa
había un dulce bienestar; cansado del día,
reposaba en el amor, cerca de mi madre.
Oh aquel primer florecer de una rama crecida
contra un viento de belleza y presagio,
el niño silencioso al que apresaba los ojos
el ávido adolescente como una fuente súbita.
Una nueva inquietud le estremecía.
Sobre la tierra veía
otros hombres, sus hermanos,
la mano en el viejo arado, en el martillo,
o reposando bajo una luz de fiesta
profundizada de ángeles en solidaria escuadra.
Veía alejados en un mar completo,
al pie de la oscilante arquitectura
rosada de unas velas,
los marineros que el corazón sereno entregan al viento.
Veía doncellas como brisas ligeras,
como brotes que remueve la primavera,
donde escoger un amor que por los bosques venía,
que venía sonoro como una lluvia densa.
Veía su propia mirada perdida en lejanías,
como una lejanía veía el amor presente,
quería porque traía una vida clara
sobre la palma de las manos,
porque quiere más amor, el amor, y se giró
a escuchar una canción hecha de palabras
que intuía, ahora, sin pensar
concretadas, y era bella, y se percató
de que sólo para él tenían un sentido
aquellos sonidos, que sólo él se detenía a escucharlos,
y que eran una brisa de pájaros matinales,
entre dos sostenido.

No contenía el dédalo de balcones,
de cal con cielo y pétreas murallas
un ansia que quería espacios ms libres,
un campo posado al fondo de la alta calle,
una curva de hazas, descendida blandura,
al otro lado de la rígida orilla
donde brevemente reclinaban su flanco los claros barcos:
la amplia tierra removida y delicada
que con verdores asediaba, aliada de la ola,
la ciudad confiada que sus portales abría.
Una sangre antigua y solitaria
poblaba de una vida diferente
aquella tierra, gastada horizonte de mis ojos,
que por caminos y sierras se alejaba.
Numerosa, repartida por los llanos, hasta las sierras
y su margen boscosa y recóndita extensión,
una sangre antigua y solitaria
se doblegaba encima, en un esfuerzo regido
por lunas periódicas y bellas,
por el giro del sol, que vuelve al tiempo
de aradas y simientes, de lluvias y largas noches
regresando lentamente de los días bien abiertos
sobre una madurez cálida y amarilla
de mieses embestidas por las hoces en balanceo.
¡Oh mundo desconocido de plástica armonía,
con reflejos de una herramienta limada por la tierra,
o de una cruz dorada sobre un pecho femenino,
dentro de un resol, dentro de un torbellino festivo,
del cual súbitamente acudía la magia
de una palabra despierta con gusto antiguo y nuestro!
Canciones que se desprendían de una ausencia de tardes,
como milagro detenido y luminoso que ignora el Tiempo,
traían a mi primavera más tierna
unas flores de perfume alucinante,
y por ellas recibía oscuros mensajes
de voces que me esperaban más allá de los años,
surgidas en el alma de la tierra profunda.
Todo un pueblo inquieto en su costumbre,
de viejo porte, con antiguas fiestas y aurorales palabras,
me esperaba a la salida de mi sueño infantil,
y los vivos destellos que la canción me abría
eran duras imágenes de sombra y luz
en un sueño agitado.
Yo amaba las imágenes y las palabras puras,
por el sueño y en la senda donde la vida se alarga.
¡Ah la dulce costumbre de unas voces entre los labios,
respondiendo a las voces hermanas que me llegan,
sobre este silencio, sobre este polvo
de las lenguas profundas,
con el acallado, unánime asentimiento de los ámbitos!
¡Ah, la palabra densa, escogida en un sueño, una espera,
que busca las palabras precisas que le acompañen en el verso,
y concuerdan, todos juntos, y un claro sentido extraen,
y crean como una música con el corazón y la tierra!
Sí, yo también cantaba, pleno de amor o de sombras.

Ya lo sé, Señor, que hay dolor, miedo, angustia, muerte.
Pero yo apreciaba la vida e incluso,
a menudo, lo que tenía de pecado y bajeza.
Apreciaba la vida y, de la vida,
este estremecimiento de milagro en las cosas,
tal como un sueño bello que huye con la llegada del día,
tiernamente añorado y con un dejo feliz,
compañero de algunos recuerdos a los cuales, al fin y al cabo,
se ha de renunciar. Ya lo sé, vosotros, amigos todos.
Pero yo perseguía una sombra por la tierra.
Sí, la vida entera, real; y, de cuando en cuando,
una voz, un deseo, un sueño inalcanzable,
poesía, amor, algo, una búsqueda vaga
del gran bien con que nos tentaban, imposibles, los seres;
y, al mismo tiempo, un tesoro incompartible,
fugaz, mío y que habría querido
dar a todos… Y es esta sospecha,
buscada inútilmente por el mundo, y sobre el mundo
nacida, y como por el mundo nutrida, lo que me sabe mal
abandonar. Todo este gran anhelo
y todo el amor que he aprendido,
¿se puede fundir con el último latido de un corazón de barro?
¿Eras Tú, Dios final, lo que buscaba,
en mi pasar más puro entre las cosas?

Els béns incompartibles (1947-1951)

Île

Cette terre dressée dans le svelte midi,
reliefs, lumière dans la lumière, sereinement !…
Les collines sur leur sommet
ont un petit peu de vent entre les pins
et tout le bleu du ciel. Et un autre jour,
l’air, au fond du torrent, était un puits de silence
et de transparence, et, durs et ensoleillés
les sentiers gravissaient les degrés des champs en terrasses,
les bois et l’île s’étendaient dans le repos.
Un simple jet d’eau, dans le lointain parmi les roches
murmurait, et quand arrivait le chant du coq
il était fatigué et pâle dans le jour
vaste et brûlant. Mais la terre
suspendait déjà sa tramontane
des rochers à la mer, et l’on sentait déjà
l’effort de la pierre émue, en colère,
voulant s’affirmer et dominer, dressée,
tout le cercle marin des horizons,
vaste étendue, lentes vagues,
écume aux lèvres, ceinturant le bloc
de rochers qui s’enracinent dans un monde bleu, inconnu.
Une voile était un pétale tombé sur le cristal
de l’eau, et la mouette montait, là-haut,
sur le dos, ailes ouvertes,
cercles lents, suspendus à la mer.

L’île au cœur dense et étroit,
porte la chanson bleue des horizons.
Le regard est lointain, depuis la roche.
La mer s’endort sous des chemins de calme,
vaste labyrinthe pâle d’un mythe déjà oublié.
Tout près, parmi des herbes claires, la pierre, le sable,
le poisson trouve un reflet, naufrage au soleil.
Les plages s’abandonnent, brillantes, alanguies,
au doux assaut de la vague et de la brise.
Il y a des enfants, ou des souvenirs d’enfants, sur le
frais rivage de l’eau, brisants parmi la joie. Mais au crépuscule
il y avait encore du soleil sur la mer, abandon et ombre,
tragique immensité. La mer n’était que vie
jusqu’aux gouffres noirs du silence, pendant la nuit ;
elle respirait, envoyait l’eau salée, amère
et humide depuis la froideur de son golfe. La mémoire
de l’enfance écoute la voix de la mer. Déjà dans les rochers
dorment les oiseaux. Seul veille le vent, la mer
au-dessus de laquelle il s’élève, la liberté longuement
sillonnée, la plainte qui reste entre les pierres…
Alors que l’amour remplissait mon esprit vigilant,
il me sembla voir, une après-midi d’été, immense ennui,
au-dessus de la coulée de la lune tombée là-bas dans les vagues,
un chemin de beauté et de mystère
pour aller vers la plus haute folie où se confondent
désespoir et joie en une infinie clameur.

Des vaisseaux d’autres étés, de jours sans mémoire,
de villes effondrées, sillonnaient une mer
pas plus jeune qu’aujourd’hui. Ils voyaient des rives sauvages,
des ports tentateurs. Des nochers, debout au timon et des esclaves
las rivés aux rames regardaient les tendres champs en terrasses,
les pinèdes parmi les rochers, surgies de l’aurore,
et ils entendaient la douceur de voix humaines, des cris
d’animaux, douceur du repos, de chemins silencieux,
tout au long de l’île. Oh tendre étendue de vagues
actives, de combat ! Regardez comme elles restent,
fraîches encore, dans un printemps de la terre.
Maintenant elles sont vertes, champs de blé, feuillages d’arbres,
avec une tendre rumeur, seules avec la lune et la brise.
Elles cachent leur squelette poussiéreux, leur écorce dure
dans une jeunesse à la vertu légère.
Elles sont également le printemps, la fleur, l’oiseau, la plainte
amoureuse, la plainte qui blesse l’heureuse
étrangeté d’un monde émerveillé,
la claire, imperturbable beauté étrangère.
Sentiment solitaire, étendu dans un désert
de sel et de transparences !
Déjà la ville dans l’ombre, dans le repos vivant, apparaissait
entourée de distances, de paix, d’enchantement,
murs et cloches suspendus sur la mer,
avec ses rues de pierre et ses cris d’enfants.
Était alors possible une pensée d’amour,
profond miroir avec les fleurs tombées de l’après-midi,
ou le miracle lui-même devant les yeux
du passage d’un corps où s’oubliait le monde,
surprise espérée qu’offraient les jours,
comme un fruit d’or au fond d’un feuillage sombre
qui le cache ou l’offre, tentation du bras,
avec le léger mouvement où l’air se glisse.

Le vent se calme un moment, il prend un nouveau souffle,
un nouvel élan, il arrive, et sa longue présence
secoue et courbe les arbres qui s’égouttent.
Il pleut, dans la nuit. Pluie et vent, ensemble
sont un concert au-dessus de la terre obscure
qui m’apporte un souvenir perdu de l’enfance :
quand, le soir, de la maison, je regardais derrière
les vitres tomber la pluie sonore
dans la rue obscure, seulement éclairée
par une lumière voilée, à un coin de rue,
rougeâtre. Un seul homme
passait, pressé ; son pas lourd
résonnait sur les pierres qui, sous la pluie
étaient mouillées, brillantes … Chez nous
régnait un doux bien-être. Fatigué de la journée,
je reposais dans l’amour, près de ma mère.

Oh, ces premières fleurs d’une branche poussant
contre un vent de beauté, présage
de l’enfant silencieux auquel prenait les yeux
l’avide adolescent comme une soudaine source.
Une nouvelle inquiétude le faisait frémir.
Sur la terre, il voyait
les autres hommes, ses frères,
la main sur le vieil araire, tenant le marteau,
ou au repos dans une lumière de fête
plus profonde grâce à l’armée solidaire des anges.
Il voyait dans le lointain d’une vaste mer,
aux pieds de cette architecture mouvante,
et rose de quelques voiles,
les marins qui prêtent au vent leur cœur serein.
Il voyait des jeunes filles comme des brises légères,
comme des tintements de cloches qu’agite le printemps
où choisir un amour qui venait par les bois,
qui venait sonore comme une dense pluie.
Il voyait son propre regard perdu dans les lointains,
comme un lointain, il voyait l’amour présent,
il aimait parce qu’il avait une vie claire
sur la paume de ses mains,
parce que l’amour veut encore plus d’amour, et il
se retourna pour écouter une chanson faite
de mots qu’il soupçonnait, maintenant incroyablement
devenus concrets, et elle était belle, et il s’aperçut
qu’ils avaient un sens pour lui seulement, ces sons,
que lui seul s’arrêtait pour les écouter,
et qu’ils étaient une brise d’oiseaux du matin,
porté par deux d’entre eux.

Il ne pouvait contenir en lui le dédale des balcons
de chaux et de ciel et de murailles de pierre,
une angoisse qui voulait des espaces plus libres,
un champ tombé au bout de la rue haute,
une courbe de champs en terrasses, douce pente,
de l’autre côté de la rigide rive,
où lentement les clairs bateaux appuyaient leurs flancs :
l’ample terre remuée et délicate
qui de verts assiégeait, alliée de la vague,
la ville confiante qui ouvrait ses portails.
Un sang ancien et solitaire
peuplait d’une vie différente
cette terre, horizon fatigué de mes yeux,
qui par chemins et montagnes s’éloignait.
Abondante, répartie sur les plaines jusqu’aux montagnes,
limites boisées étendues cachée,
un sang ancien et solitaire,
se refermait sur elle en un effort commandé
par des lunes périodiques et belles,
par le cours du soleil qui revient au rythme
des charrues, des semences, des pluies, des longues nuits,
revenant lentement des jours grands-ouverts
sur une maturité jaune et chaude
de moissons assiégées par les mouvantes faux.
Oh monde inconnu de si belle harmonie,
avec les reflets d’un outil limé par la terre
ou ceux d’une croix d’or sur le sein d’une femme,
dans un éclat de soleil, dans un bouillonnement de fête,
d’où soudain éclatait la magie
d’un mot éveillé avec un goût antique et bien de chez nous !
Des chansons qui s’envolaient d’une absence d’après-midis,
comme un miracle arrêté par une lumière qui ignore le Temps,
portaient vers mon plus tendre printemps
des fleurs au parfum hallucinant,
et d’elles il recevait d’obscurs messages
de voix, qui m’attendaient de bien au-delà des ans
apparues dans l’âme de la terre profonde.
Tout un peuple inquiet dans la coutume,
de comportements anciens, avec des fêtes anciennes et des mots de l’aurore,
m’attendait à l’issue de mon rêve d’enfant,
et les vifs éclairs que la chanson m’ouvrait,
étaient de dures images d’ombres et de lumière
en un rêve agité.
]’aimais les images et les mots purs,
dans le rêve et sur le sentier où s’allonge la vie.
Ah coutume de la douceur des voix entre les lèvres,
répondant aux voix soeurs qui arrivent à moi,
au-dessus de ce silence, de cette poussière
des langages profonds,
avec le silence, unanime assentiment des alentours.
Ah !, le mot dense, choisi dans un rêve, une attente,
qui cherche les mots précis qui l’accompagnent dans le vers,
et s’entendent, tous ensemble, et font surgir un sens clair,
et font comme une musique avec le cœur et la terre !
Oui, moi aussi je chantais, plein d’amour ou bien d’ombres.

Je sais bien, Seigneur, qu’il y a la douleur, et la peur, et l’angoisse, et la mort.
Mais j’aimais la vie et même, souvent,
ce qu’elle avait comme péché et bassesse.
]’aimais la vie, et de la vie,
ce frisson du miracle dans les choses,
tout comme un beau rêve qui fuit quand arrive le jour,
tendrement regretté et qui laisse un doux sillage,
compagnon de quelques souvenirs auxquels, à la fin,
on doit renoncer. Je le sais bien, vous tous, mes amis.
Mais moi je poursuivais une ombre sur la terre.
Oui, cela est la vie réelle. Quelquefois
une voix, un désir, un songe inaccessible,
poésie, amour, rien, une vague recherche
du grand bien avec lequel nous tentaient, impossibles, les êtres ;
et ensemble tout un trésor indivisible,
fuyant, bien à moi, et que j’aurais voulu
donner à tout le monde … Et c’est ce soupçon,
recherché inutilement dans le monde, sur le monde,
né, et comme nourri par le monde, que j’ai de la peine
à abandonner. Tout cet ardent désir
et tout l’amour que j’ai appris
peut-il disparaître avec le dernier battement d’un cœur de boue ?
Était-ce Toi que je cherchais, Dieu final,
dans mon passage le plus pur parmi les choses ?

Els béns incompartibles (1947-1951)

Illa

Esta terra sublime no esvelto mediodía,
relevos, luz na luz, serenamente… !
Os outeiros, no cumio,
teñen algo de vento entre piñeiros,
o azul todo do ceo. E outro día,
o ar, baixo cadoiro, un pozo de silencio
e transparencia, duras e asolladas
v’reas subían por socalcos, boscos,
e alongábase a illa no repouso.
Só un abrollar de auga entre penedos
rumoreaba, e co canto do galo
estaba canso e branco baixo o día
aceso e dilatado. Mais a terra
xa penduraba a súa tramontana
de penas sobre o mar, e xa se ouvía
un esforzo de pedra conmovida
para afirmarse e dominar, ergueita,
o círculo mariño do horizonte:
extensa vastedade, lentas ondas,
escumas no labio, cinguindo o van
das penas que enraízan nun mundo azul, incógnito.
A vela era unha pétala que caeu no cristal
da auga, e a gaivota subía cara ao cimo
o seu dorso de alas estendidas,
en bóvedas de paz e contra o mar suspensas.

A illa, no estreito e denso corazón,
leva a canción azul dos horizontes.
É distancia a mirada desde a rocha;
o mar adormeceu por camiños de calma,
pálido labirinto dun mito xa esquecido.
Perto, entre claras herbas, seixo, area,
o peixe ve un reflexo, náufrago baixo o sol.
Abandónase a praia, brillante, preguiceira
ao diminuto asalto da onda e máis da araxe.
Hai nenos, recordo de nenos, no fresco borde
da auga, na rompente ledicia. Pero á noite
o mar ficaba só, abandono, unha sombra,
tráxica inmensidade. O mar estaba vivo,
ata os negros abismos en silencio, de noite;
refolgaba, mandaba amarga salobridade
e húmida do frío do seu gonzo. A memoria
da nenez escoita a voz do mar. E xa adormecen
as aves nos penedos. Só vela o vento, o mar
por sobre o cal ascende liberdade sucada
amplamente, o xemido que fica entre as pedras…
Cando amor me habitaba o esp’rito vixiante,
crin ver, un ha noite de verán e de saudade,
sobre o chorro de lúa caído alén das ondas,
un camiño fermoso e misterioso
cara a alta loucura onde se funden
gozo e desesperanza nun clamor infinito.

Barcos doutros veráns, de días sen memoria,
de cidades afundidas, sucaban un mar
non máis novo que hoxe. Vían beiras abruptas,
portos de engado. Altos temoneiros, escravos
cansados sobre os remos miraban p’ra os socalcos,
p’ra os piñeiros das rochas, xurdidas do mencer,
e ouvían a dozura de voces e de berros
animais, de repouso, de v’reas en silencio,
pola Illa. ¡Mol extensión de ondas,
activas, de combate! Mirade como seguen,
aínda frescas, na primavera terreal.
Agora verdes son, campos de trigo, árbores
rumorosas, a soas coa luz e mais coa araxe.
Ocultan o poirento esqueleto, a codia dura,
e nunha mocidade de lixeira virtude.
A flor tamén é primavera, o paxaro, a queixa
amorosa, a queixa que fere esa feliz
estrañeza dun mundo arrebatado,
a clara, impeturbábel e alleada beleza.
¡Senlleiro sentimento, deitado nun deserto
de sal e transparencias!
Xa a cidade na sombra, repousando, subía,
cinguida de distancias, de paz, de encantamento,
cos muros e cos sinos colgando sobre o mar,
e coas rúas de pedra e os berros infantís.
Posíbel era entón de amor un pensamento,
fondo espello con flores caídas do serán,
ou ante os ollos o milagre mesmo
dun corpo en marcha onde esquecer o mundo,
esperada sorpresa que ofrecían os días,
como unha froita de ouro entre a parda follaxe
que o oculta ou ofrece, tentación para o brazo,
co lene movemento onde o ar se insinúa.

Cala o vento un instante, toma alento,
xa chega un novo embate, e esa longa presencia
remexe e torce as árbores, que pingan.
Chove, na noite; chuvia e vento xuntos
son un concerto sobre a terra escura
que me trae un recordo perdido da nenez:
cando, na noite, desde casa, vía
caer detrás dos vidros a sonora
chuvia na moura rúa, só alumiada
por unha luz loitando nun recuncho,
avermellada; e algún home, só,
transitaba, con presa; o duro paso
resoando nas pedras, que coa chuvia
estaban moi molladas e brillantes… Na casa
había benestar; canso do día,
descansaba no amor, cabo da nai.
Primeiro florecer dunha rama crecida
contra un vento de beleza e presaxio,
oh neno silencioso a quen tomaba os ollos
o adolescente avido como súpeta fonte.
Unha nova inquedanza estremecíao.
Sobre a terra observaba
os outros homes, seus irmáns,
a man no vello arado, no martelo,
ou descansando baixo luz de festa
profundizada de anxos, en solidaria hoste.
Vía afastados por un mar enteiro,
ao pé dunha oscilante arquitectura
de rosa dunhas velas,
os mariñeiros que dan o corazón ao vento.
Vía doncelas como lenes brisas,
como talos que move a primavera,
onde escoller o amor que viña polos boscos,
que viña melodioso como unha mesta chuvia.
Vía a súa mirada perdida nos confíns
vía como confín o amor presente,
amaba porque levaba unha vida clara
sobre a palma das mans,
pois amor quere amor e se virou
a ouvir a canción feita de palabras
que sospeitaba, agora de improviso
concretas, e era linda, e decatouse
de que só para el tiñan sentido
aqueles sons, que só el se detiña a escoitalos,
e que eran unha brisa de aves matinais,
sustentada entre dous.

Non contiña o dédalo de balcóns
de cal con ceo e de pétreos muros
a ansia que quería mais espazo,
campo caído ao fondo da alta rúa,
os socalcos en curva, devalada moleza,
á outra banda dunha beira ríxida
onde os claros navíos o seu flanco apoiaban:
ampla terra mexida e delicada
que, aliada da onda, con verdor asediaba
a vila confiada que abría os seus portais.
Un sangue vello e solitario
poboaba de vida diferente
aquela terra, confín usado dos meus ollos,
por carreiros e montes afastándose.
Numeroso, repartido por chans, ata as serras
e as abas estendidas boscosas e recónditas
un sangue vello e solitario
retorcíase arriba, nun esforzo rexido
por lúas fermosas e periódicas
e a bóveda do sol, que volta ao tempo
de arados e labores, de chuvias e noitadas,
voltando de vagar dos días ben abertos
sobre unha madurez dourada e cálida
de sazóns asaltadas por un bando de fouces.
¡Oh mundo inusitado de plástica harmonía,
con reflexos dun ferro limado pola terra
ou dunha cruz dourada nun peito feminino,
nun reverbero, nun cachón de festa,
do cal súpetamente proviña aquela maxia
dunha palabra esperta con gosto antigo e noso!
Cancións xa desprendidas dunha ausencia de tardes,
tal milagre parado con luz que ignora o Tempo,
levaban á primavera máis tenra
unhas flores de aroma alucinante
e nelas viñan escuras mensaxes
de voces esperando desde alén das idades,
suscitadas na alma dunha terra profunda.
Todo un pobo axitado no costume,
dun vello xesto, festas e palabras de aurora,
esperaba á saída do meu soño infantil,
e os vivos lampos que a canción me abría
eran de sombra e luz duras imaxes
nun soño perturbado.
Eu amaba as imaxes e as palabras máis puras,
polo soño e a senda onde a vida se alonga.
¡Costume de dozura dunhas voces nos labios,
que responden ás voces irmás que xa me chegan
por riba do silencio, por riba deste po
dunhas linguas profundas,
co calado, unánime asentimento dos ámbitos!
¡Ai, a palabra densa dun soño, dunha espera,
que requere as palabras que a acompañen no verso,
e cadran, todas xuntas, tiran claro sentido
e fan como unha música co corazón e a terra!
Si, eu tamén cantaba, cheo de amor, ou sombras.

Ben sei, Señor, que hai dor e medo, anguria e morte.
Pero eu amaba a vida e, mesmamente,
a miudo, o que tiña de pecado ou baixeza.
Eu ben amaba a vida, e, da vida,
este estremecemento de milagre nas cousas,
talmente un lindo soño que foxe ao vir o día,
tenramente lembrado e cun ronsel feliz,
compañeiro en lembranzas ás que, ao cabo,
se debe renunciar. Ben sei: a vós, amigos.
Pero eu perseguía pola terra unha sombra.
Si, a vida enteira, real; de cando en cando,
unha voz, un desexo, un soño inatinxíbel,
poesía, amor, nada, unha vaga procura
do ben con que tentaban, imposíbeis, os seres;
e tamén un tesouro incompartíbel,
fuxidío, tan meu, que querería
darllo a todos … Pois é esta sospeita
buscada debalde polo mundo, e sobre o mundo
nacida, por el alimentada, o que me pesa
abandonar. ¿Todo este gran anhelo,
todo o amor que aprendín
pode, á fin, latexar nun corazón de lama?
¿Eras ti a quen buscaba, Deus final,
no meu paso máis puro polas cousas?

Els béns incompartibles (1947-1951)

Island

This land risen up in slender noon,
reliefs, light in the light, utterly serene!…
The hills have at their tops
a breath of wind among pine woods
and the entire blue of the sky. And another day,
the air, in the depths of the torrent, was a well of silence
and transparency, and the narrow paths, hard
and sun-baked, climbed the steps of terraces, woods,
and the island stretched itself in its repose.
Only a far-off surge of water among the rocks
was murmuring, and when the cock crowed
his voice was faint and tired under the vast
and burning day. But the land
now hung the cliffs of its north wind
over the sea, and already you could hear
the strength of stirred and angry stone
gathering, lording it, high in the air,
over the horizons’ rimming sea:
a vast expanse, with slow waves, foam
on their lips, hugging the waist of cliffs
whose roots go down into a blue and unknown world.
A sail was a petal fallen on to the pane of glass
that was water, and the gull climbed towards the peak,
its back with outstretched wings,
in restful circles, hanging over the sea.

The island, with its dense and narrow centre,
carries the horizons’ blue song.
Its gaze from the rock is distance;
the sea sleeps beneath paths of calm,
vast, pale labyrinth of a now forgotten myth.
Close by, among bright weed, stone, sand,
the fish finds in sunlight a neglected shipwreck.
Shining, idle, the beaches give themselves up
to the small assault of wave and breeze.
There are children, or memories of children at the fresh edge
of the water, where the joy fractures. But at dusk
the sea was left on its own, abandonment and shadow,
a tragic immensity. The sea was utterly alive at night,
all the way down to the black abysses of silence;
it breathed out, it sent its damp and bitter brine
from the coldness of the bay. Childhood’s memory
harkened to the sea’s voice. Birds among the rocks
were already asleep. The only things awake were the wind,
the sea above which it rises, freedom ploughing
broadly over it, the moan that lingers among the stones…
When love peopled my watchful spirit,
I thought I saw, one summer evening vast with longing,
in the moon’s path, fallen waves away,
a lovely and mysterious path
that led to the heights of folly where despair and joy
mingle in an infinite cry.

Ships of other summers, from unrecorded days,
from tumbled cities, ploughed a sea
not much younger than it is today. They saw rugged shores,
tempting havens. The helmsman, upright at his tiller, and slaves,
leaning wearily on their oars, stared at gentle terraces,
pinewoods among rocks, emerging out of the dawn,
and heard the sweetness of human voices, the bleating
of animals, repose and silent roads,
the length of the island. Oh soft expanse of waves,
of activity, of struggle! See how they continue,
still fresh, in an earthy spring.
They’re green, now, fields of wheat, trees’ foliage,
with a tender murmuring, alone in the light, the breeze.
They cover the dusty skeleton, the tough bark,
with a youthfulness of easy virtue.
Spring is also the flower, the bird, the lovers’
complaint, the complaint that wounds the happy
strangeness of a marveling world.
The bright, imperturbable and alien beauty.
Lonely awareness, stretched out between a desert
of salt and transparencies!
Now the town in shadow, in living repose, rose up,
girt with distances, peace and enchantment,
with its walls and bells overhanging the sea,
with streets paved with stone, and children’s cries.
Some thought of love was possible then,
deep mirror with flowers fallen at evening,
or, before one’s eyes, the miracle itself
of the step of a body in which the world was forgotten,
longed-for surprise that the days were holding out,
like a golden fruit in the dark depths of the foliage
that hides it, or the offering, the temptation of an arm
with the slight movement where the air steals in.

The wind is quiet for a moment, catches its breath once again,
a new onrush, high up, and its lengthening presence
stirs and anchors the trees, that drip.
It rains, during the night; and rain and wind together
are a concert over the dark soil
which holds a lost memory from childhood:
when, at nightfall, from inside the house, I gazed
at how the sonorous rain beyond the window-panes
moaned in the dark street, lit only
by a struggling lamp on one corner, a reddish glow;
and some man, the only one abroad,
was crossing the street in a hurry; his heavy tread
echoing on the stones which were wet and shining
with rain… At home there reigned
a sweet wellbeing; wearied with the day,
I reposed on love, at my mother’s side.
Oh, that first flowering of a branch grown up
facing a wind of beauty and omen,
the silent child whose eyes were seized
by the eager adolescent like a sudden spring of water.
A new unease was stirring him.
Upon the land he saw
the other men, his brothers,
their hand on the ancient plough, on the hammer,
or resting, on feast-days, beneath a lamp whose colour
was deepened by angels in a solid throng.
He saw, as they vanished into an entire sea,
at the foot of the swaying architecture
of a rose – the sails –
the sailors who give their calm heart to the wind.
He saw maidens like gentle breezes,
like tender shoots stirred by the spring,
where he might choose a love coming closer through the woods,
coming sonorous as thick rain.
He saw his own gaze lost in distances, far-off,
like distance he saw present love,
he loved because he led a bright life
there, in the palm of his hand,
because he wants more love, love, and he turned
to listen to a song made of words
that he suspected now, incredibly,
were real, and it was beautiful, and he knew
that for him alone these sounds had meaning,
that he alone paused there to listen to them
and that they were a breeze of early morning birds,
sustained between the two of them.

The maze of balconies, of lime and sky
and stone walls, would not contain
a restlessness that longed for wider spaces,
a field that curved at the highroad’s end,
a bend of terraces, a fallen softness
on the far side of the rigid shore
where the bright ships briefly rested their hulls:
the ample earth, worked and fragile
that with its greenness besieged, together with the swell,
the trusting town that opened its gates.
An ancient, lonely bloodline
peopled with a different life
that land, the worn horizon of my eyes,
that grew more distant along roads and ridged hills.
Numerous, spread out over the plain, as far as the hills
and their wooded margin and hidden extent,
an ancient and lonely bloodline
bent over it, in a striving governed
by the moon’s lovely phases,
by the turning of the earth, which turns to the rhythm
of ploughing and seeds, rainfall and long nights,
going back slowly from days wide open
over a warm and golden ripening
of grain assailed by the swing of the sickle.
An unknown world of malleable harmony,
with the flash of a tool shaped by the soil,
or a golden cross worn on a woman’s breast,
in a brightness, in a bubble blown on a feast-day
out of which there suddenly appeared the magic
of a woken word with that ancient flavour that is ours!
Songs that come loose from an absence of evenings
like a miracle halted by a light unknown to Time,
brought to my tenderest childhood
flowers of an intoxicating scent,
and from them I received obscure messages
from voices waiting for me from beyond the years,
brought to life in the soul of the deep earth.
An entire, restless people chafing within the costume
of an old air, with old feast-days and words of the dawn,
awaited me as I came out of my childish dream,
and the bright flashes that the song opened for me
were hard images of light and shadow
in a turbulent dream.
I loved the images and the pure words,
in the dream and on the path where life stretched out.
Ah, the habitual gentleness of those voices with their lips
replying to brothers’ voices that come to me,
above this silence, above this pulse
of deep-down languages,
with the hushed, unanimous assent of the fields!
Ah, the solid word, chosen in a dream, in that waiting
that searches for the exact words to accompany the line,
and they come to you all together, and bring out a clear meaning
and make a kind of music with the heart and the earth!
Yes, I too sang, full of love or maybe shadows.

I do know, Lord, that there is pain, fear, anguish, death.
But I loved life so much
that I would often kiss what was sinful.
I loved life and, rising from life,
this shiver of the miraculous in things,
just like a lovely dream that flees with the coming of day
tenderly missed and with a happy wake,
companion of other memories which, with dusk,
have to be given up. I know, my friends, all of you.
But I was chasing a shadow across the earth.
Yes, the whole of life, in its reality; and, now and then,
a voice, a desire; an unobtainable dream,
poetry, love, nothing, a vague searching
for the great good that human beings impossibly tempt us with;
and together an entire, unsharable treasure,
fleeting, mine, and which I would have wanted
to give to everyone… And it is this suspicion,
uselessly searched for throughout the world, born
in the world, and as though nourished by the world, the thing
I grieve to leave behind. All this huge grief
and all the love I have learned,
can it dissolve with the last heartbeat of a body made of clay?
Is it You I have been searching for, God in the end,
in my purest steps among things?

Els béns incompartibles (1947-1951)

Luna de estío

Suaves se tornan las aristas de la tierra.
Es de sombra y de luz de luna su transparente forma.
El aire nocturno tiene resplandores difusos:
como un árbol de estrellas, acoge dentro del silencio
la tierna inquietud que no quiere dormirse.
Se hace más espesa la espuma vegetal, el blando follaje inmóvil
que la isla, oscura, vierte hasta los líquidos abismos.
Y las gotas de cal de las casas que huyen,
luna rota y salpicada,
entre un reposo de pájaros hacia el cielo se ilumina.
Durante un momento la brisa escucha el silencio del mundo,
y después, dilatándose, da una nueva pasada entre las hojas.
Un gran barco navega por aguas de misterio,
las velas levantadas hacia una plata palpitante.
Sin ruido se abren las negruras ante un vuelo o una proa.
Altas estrellas guían la tierra. Los hombre duermen
o se encienden de amor.
¡Ligero viaje de sombras y desvelada noche!
Pero la luna eleva una ilusión altiva.
Una vasta fragancia nos corona el olvido.
¡Mar vigilante, cantiles, repetida oleada,
isla, campos de soledad y silencio,
caminos que la noche rompe, adormecidas casitas,
el pueblecito que asciende, la iglesia con sus arcos,
y el aire entre las sierras,
y la luna afilada entre los cristales nocturnos!
¿Son de piedra estos muros que la piedra recubre?
¿Es esto vuelo o tierra?
El crujido de la rama, el arrastrarse de la brisa,
¿tienen un eco en las estrellas?
¿Y es que no siento mi amor humano con el universo?
Despertar, despertar a la estival impaciencia,
a las nocturnas corrientes que nos acarician la sed,
a la inmensa sorpresa que entre los aires se esconde,
a las alas incógnitas, a los escalofríos, a las voces;
despertar o esparcirse hacia el pasmo de la luna,
entre los pliegues constelados de las holgadas túnicas.

Els béns incompartibles (1947-1951)

Lune d’été

Elles deviennent douces les arêtes de la terre.
Leur forme transparente est d’ombre et lumière de lune.
L’air nocturne a des splendeurs diffuses :
comme un arbre d’étoiles, il accueille dans le silence
la tendre inquiétude qui ne veut s’endormir.
L’écume végétale s’épaissit, ce doux feuillage immobile
que l’île déverse, obscure, jusqu’aux gouffres aqueux.
Et les gouttes de chaux des maisons qui fuient,
lune brisée, imprécise,
qui dans un repos d’oiseaux, vers le ciel s’illumine.
Un instant la brise écoute le silence du monde,
et, ensuite, s’enflant, fait un nouveau passage dans les feuilles.
Un grand vaisseau navigue dans des eaux de mystère,
toutes voiles dehors vers un argent palpitant.
S’ouvrent sans bruit les ténèbres devant la proue qui s’envole.
Là-haut les étoiles guident le monde. Les hommes dorment
ou s’embrasent d’amour.
Léger voyage d’ombres dans la nuit éveillée!
Mais la lune élève une svelte illusion.
Une vaste senteur couronne notre oubli.
Mer vigilante, roches escarpées, vagues répétées,
île, champs de silence et solitude,
chemins que la nuit brise, maisonnettes assoupies,
le village qui grimpe, l’église et ses arcades,
et le vent dans les montagnes,
et la lune aiguisée dans le cristal nocturne !
Sont-ils en pierre ces murs que la lune enveloppe d’un drap ?
Cela est-il dans l’air ou sur la terre?
Le crissement de la branche, la brise qui se traîne
ont-ils un écho dans les étoiles ?
Et mon amour humain, est-ce que je le sens dans l’univers ?
S’éveiller, s’éveiller aux inquiétudes de l’été,
aux courants nocturnes qui flattent notre soif,
à l’immense surprise, qui dans les airs se cache,
aux ailes inconnues, aux frissons et aux voix ;
s’éveiller ou se disperser dans l’étonnement de la lune,
parmi les plis constellés d’amples tuniques.

Els béns incompartibles (1947-1951)

Lúa de verán

Tórnanse suaves as arestas da terra.
É de sombra e luar a súa forma transparente.
O ar nocturno ten resplandores difusos:
como árbore de estrelas, acolle no silencio
a tenra inquedanza que non quere adormecer.
Espesa a vexetal escuma, branda follaxe inmóbil
que a illa verte, fusca, ata as líquidas simas.
E as pingotas de cal das casas que foxen,
lúa rota e buzarro,
entre un descanso de aves cara ao ceo se ilumina.
Un anaco, o deloiro escoita o silencio do mundo,
e logo, dilatándose, dá un novo paso polas follas.
Un gran barco navega por augas de misterio,
as velas ergueitas a unha prata latexante.
Abren, sen ruído, as negrumes diante de proa ou voo.
Altas estrelas guían a terra. Os homes dormen
ou acéndense de amor.
¡Lixeira viaxe de sombras e desvelada noite!
Mais a lúa eleva unha ilusión esbelta.
Unha fragancia vasta coróanos o esquecemento.
¡Mar vixiante, penedos, onda repetida,
illa, campos de silencio e soedade,
camiños que rompe a noite, somnolentas casiñas
a aldea que gavea, a igrexa cos seus arcos,
o ar entre as serras,
e a lúa afiada entre os cristais nocturnos!
¿Son de pedra estes muros que a lúa envolve en sabas?
¿É isto terra ou voo?
O renxido da póla, a cauda do deloiro,
ecoa nas estrelas?
¿E o meu amor humano, non o sinto co universo?
Acordar, acordar no estival desacougo,
nas nocturnas correntes que nos afagan a sede,
na inmensa sorpresa que entre os ares se agocha,
nas alas incógnitas, nos arrepíos, nas voces;
acordar ou espallarse cara o pasmo da lúa,
entre as dobras consteladas das folgadas túnicas.

Els béns incompartibles (1947-1951)

Summer moon

Earth’s edges soften.
Its limpid shape is shadow and moonlight.
The night air has diffuse splendours:
like a tree of stars, it gathers into silence
the tender restlessness that doesn’t want to sleep.
The foaming bushes thicken, the soft, motionless foliage
that the island spills in darkness, deep in the watery gorges.
And the drops of lime that drop from the houses,
broken and sprinkled moon,
brightening towards the sky amid a repose of birds.
For a while the breeze listens to the world’s silence,
and then, swelling, steps again through the leaves.
A great ship sails through mysterious waters,
its sails hoisted to a pulsing silver.
The dark places open soundlessly to flight or prow.
High stars guide the earth. Men sleep
or burn with love.
Weightless voyage of shadows and wakeful night!
But the moon holds high a slender spell.
A vast fragrance crowns oblivion for us.
Watchful sea, cliffs, waves’ back and forth,
island, fields of solitude and silence,
paths that the night cuts across, drowsing houses,
the village that climbs the road, the church with its arches,
and the air among the mountains,
and the whetted moon among glass shards of night!
Are they stone, these walls that the moon mantles?
Is this mere flight or earth?
A branch creaking, the breeze as it passes,
do they have an echo in the stars?
And this human love of mine, do I not feel it with the universe?
To wake, to wake to this summer fretting,
to night’s currents that quicken our thirst,
to the huge amazement hidden among the air,
to unknown wings, shiverings, voices;
to wake or escape towards the moon’s astonishment,
among her generous tunics’ starry pleats.

Els béns incompartibles (1947-1951)