Alta en zócalos de roca amarillentos
te miro encastillada sobre el mar
—mar que sana, por joven, toda llaga,
y te sonríe animada con todos sus vientos—
desde un cerro de glaucos olivos
y de púnica corteza cavernosa
de rumbas, oh ciudad edificada
en veintisiete siglos de cimientos, que levantas
tus casas blancas, jardines, escaleras, torres,
encima de una armadura muchas veces renovada,
y a la atalaya de tu cielo te elevas
para mirar un fragmento de este planeta:
tus montañas, tu mar. Erguida y quieta,
mientras se deslizan vientos, olas, nubes.
Poemes mediterranis (1943-1944)