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Tierra natal

Arraigar, como un árbol, en la tierra:
no ser nube arrastrada por un poco de viento.
Sobre los campos conocidos de cada día
contemplar un cielo favorable y diferente.
Mirar cómo cae, cotidiano, el crepúsculo,
cada vez renovándome el sentimiento.
Encima de la tierra nuestra y amada,
del corazón nacerán el pino, el aire y el pájaro.
Aquí flota el blanco recuerdo de la niñez
y ha de ser bueno, este sol, para los viejos huesos.
Aquí quiero escuchar este habla que llega
desde hace mucho tiempo a los labios de la gente.
Mi amor, mi firme compañía,
aquí quiero soñar, entre la mar y el viento.

Traducción de Antoni Colinas

Canción de atardecida

Tres grandes pinos, cabe el camino,
alzan sus sombrías frentes.
El viento, que no quiere dormir,
les llena el corazón de canciones.
Campo y campo. En medio se derrama
una campana vespertina…
Querer lo imposible es preciso,
y no que muera el deseo.

Todo el amor se ha despertado
bajo la bóveda de las estrellas.
¿Dios no se muestra a nuestra nostalgia
en su mundo, sin velos?
Se escucha como la pisada
de una belleza inmortal.
Querer lo imposible es preciso
y no que muera el deseo.

Traducción de Antoni Colinas

De amor

Sí, dibujándote, con
versos; que los intentos
constantes vayan, inhábiles,
conformando el relieve
de belleza; moldeándote
de poesía, más
precisa cada vez,
y, como el aire en la piel,
que llegue al dulce contacto
de ti mi pensamiento.
Que el verso torne la forma
tuya, como el amor mío,
y que en él permanezcas impresa,
ya eterna y diferente.
No pura estatua, fría
como un mármol quieto:
cálida como la vida,
ofrecida al gozo, al beso,
como el amor te da forma
como te veo, como no eres,
como eres, sí, última imagen
de mi sueño en ascenso.

Traducción de Antoni Colinas

Ibiza ante los ojos

Alta en zócalos de roca amarillentos
te miro encastillada sobre el mar
—mar que sana, por joven, toda llaga,
y te sonríe animada con todos sus vientos—

desde un cerro de glaucos olivos
y de púnica corteza cavernosa
de rumbas, oh ciudad edificada
en veintisiete siglos de cimientos, que levantas

tus casas blancas, jardines, escaleras, torres,
encima de una armadura muchas veces renovada,
y a la atalaya de tu cielo te elevas

para mirar un fragmento de este planeta:
tus montañas, tu mar. Erguida y quieta,
mientras se deslizan vientos, olas, nubes.

Traducción de Antoni Colinas

La isla, sí, eso que miras…

La isla, sí, eso que miras,
firme y clara la tierra
y el mar rodeándola —la isla
es más que tierra sola:
le es preciso la mar, librándose
ola a ola en las orillas,
tan suya como pinos o roca—;
la isla y la primavera
que ahora por la mirada
te resbalan, en la costa
donde la brisa te remueve
los cabellos, la falda;
estos campos y olas tuyos
—también míos— que más los amo
cuando tú no los ensombreces;
el mundo que en ti se olvida
y, siendo tan grande, se oculta
detrás de tu frente, ¿qué
fragancia prestada,
qué tierna belleza,
qué nuevo corazón puede alcanzar
cuando cruza por rus ojos?
Los bebes, se refugia
dentro de ti. El paisaje,
hoy, eres tú. Tu alma
es quien lo mece,
exaltada por un gozo
primaveral. Hojas,
viento, sol, mar, piedra, los busco
en tu mirada.

Traducción de Antoni Colinas

Isla

¡Esta tierra alzada dentro del mediodía esbelto,
relieves, luz en la luz, serenamente!…
Los montes tienen en la cima
un poco de viento entre pinares
y todo el azul del cielo. Y otro día,
el aire, al fondo del torrente, era un pozo de silencio
y transparencia, y duras y soleadas
las veredas subían los peldaños de las hazas, los bosques,
y se ensanchaba la isla en el reposo.
Sólo un chorro lejano de agua entre rocas
rumoreaba, y cuando venía el canto del gallo
era cansado y pálido bajo el día
encendido y dilatado. Pero la tierra
ya colgaba su tramontana
de cinchas sobre el mar, y ya se sentía
el esfuerzo de piedra airada y conmovida
para afirmarse y dominar, elevada
todo el aro marino de los horizontes:
extendida vastedad, con lentas olas
y espumas en el labio, estrechando la cintura
de los peñascos que se arraigan en un mundo azul e incógnito.
Una vela era un pétalo cálido sobre el cristal
del agua, y la gaviota ascendía hasta la cima
su dorso de alas estiradas,
en reposados giros, contra la mar suspendidas.

La isla, en el corazón denso y estrecho,
lleva la azul canción de los horizontes.
Es distancia la mirada entre la roca;
la mar se adormece bajo caminos de calma,
laberinto vasto y pálido de un mito ya olvidado.
Cerca, entre hierbas claras, piedra, arena,
el pez encuentra un reflejo náufrago al sol.
Las playas se abandonan, brillantes, desperezadas,
en el diminuto asalto de ola y de brisa.
Hay niños, o recuerdo de niños, al lado fresco
del agua, entre el júbilo rompiente. Pero al atardecer
quedaba solo el mar, abandono y sombra,
trágica inmensidad. El mar estaba vivo,
hasta las negras simas de silencio, en la noche;
respiraba, enviaba su salobre y húmedo
amargor desde el frío de su golfo. La memoria
de la infancia escuchaba la voz de la mar. Ya duermen
los pájaros dentro de las rocas. Sólo vela el viento, la mar
sobre la cual se eleva, la libertad surcada
ampliamente, el ge mido que queda entre las piedras…
Cuando el amor me poblaba el espíritu vigilante,
me pareció ver un anochecer de verano, e inmenso añoro,
sobre el chorro de luna caído olas allá,
un camino de belleza y de misterio
para ir a la más alta locura donde se confunden
desesperanza y gozo en un clamor infinito.

Buques de otros veranos, de días sin memoria,
de ciudades derruidas, surcaban un mar
no más joven que hoy. Veían riberas abruptas,
puertos tentadores. Naucleros derechos en el timón y esclavos
cansados sobre los remos miraban tiernas hazas,
pinares entre rocas, surgidos de la aurora,
y sentían la dulzura de humanas voces, gritos
animales, de reposo, de caminos en silencio,
a lo largo de la isla. ¡Oh hueca extensión de oleadas
activas, de combate! Mirad cómo prosiguen,
frescas aún, en una primavera telúrica.
Están ahora verdes, campos de trigo, follaje de árboles,
con rumor tierno, a solas con la luz y la brisa.
Ocultan el esqueleto polvoriento, la corteza dura,
en una juventud de ligera virtud.
Es también primavera la flor, el pájaro, el lamento
amoroso, el lamento que hiere la dichosa
extrañeza de un mundo maravillado,
la clara, imperturbable y ajena belleza.
¡Sentimiento solitario, extendido entre un desierto
de sal y transparencias!
Ya la ciudad en sombra, en vivo reposo, ascendía,
ceñida de distancias, de paz, de encantamiento,
con muros y campanas colgando sobre la mar,
con las calles de piedra y gritos de criaturas.
Posible era entonces un pensamiento de amor,
profundo espejo con flores caídas de la tarde,
o el milagro mismo ante los ojos
del paso de un cuerpo donde se olvidaba el mundo,
esperada sorpresa que ofrecían los días,
como una fruta de oro al fondo del oscuro follaje
que la oculta o la ofrece, tentación del brazo,
con el leve movimiento donde el aire se insinúa.

Calla el viento un instante, toma nuevo aliento,
nueva embestida, llega, y la larga presencia
remueve y doblega los árboles, que gotean.
Llueve, dentro de la noche; y lluvia y viento, al mismo tiempo,
son un concierto sobre la tierra oscura
que me trae un recuerdo perdido de la infancia:
cuando, al anochecer, estando en casa, miraba
cómo caía tras los cristales la sonora
lluvia en la calle oscura, sólo alumbrada
por una luz sacudida en una esquina,
rojiza; y algún hombre, únicamente,
transitaba, presuroso; su fuerte paso
resonando entre las piedras, que con la lluvia
estaban mojadas y brillantes… En casa
había un dulce bienestar; cansado del día,
reposaba en el amor, cerca de mi madre.
Oh aquel primer florecer de una rama crecida
contra un viento de belleza y presagio,
el niño silencioso al que apresaba los ojos
el ávido adolescente como una fuente súbita.
Una nueva inquietud le estremecía.
Sobre la tierra veía
otros hombres, sus hermanos,
la mano en el viejo arado, en el martillo,
o reposando bajo una luz de fiesta
profundizada de ángeles en solidaria escuadra.
Veía alejados en un mar completo,
al pie de la oscilante arquitectura
rosada de unas velas,
los marineros que el corazón sereno entregan al viento.
Veía doncellas como brisas ligeras,
como brotes que remueve la primavera,
donde escoger un amor que por los bosques venía,
que venía sonoro como una lluvia densa.
Veía su propia mirada perdida en lejanías,
como una lejanía veía el amor presente,
quería porque traía una vida clara
sobre la palma de las manos,
porque quiere más amor, el amor, y se giró
a escuchar una canción hecha de palabras
que intuía, ahora, sin pensar
concretadas, y era bella, y se percató
de que sólo para él tenían un sentido
aquellos sonidos, que sólo él se detenía a escucharlos,
y que eran una brisa de pájaros matinales,
entre dos sostenido.

No contenía el dédalo de balcones,
de cal con cielo y pétreas murallas
un ansia que quería espacios ms libres,
un campo posado al fondo de la alta calle,
una curva de hazas, descendida blandura,
al otro lado de la rígida orilla
donde brevemente reclinaban su flanco los claros barcos:
la amplia tierra removida y delicada
que con verdores asediaba, aliada de la ola,
la ciudad confiada que sus portales abría.
Una sangre antigua y solitaria
poblaba de una vida diferente
aquella tierra, gastada horizonte de mis ojos,
que por caminos y sierras se alejaba.
Numerosa, repartida por los llanos, hasta las sierras
y su margen boscosa y recóndita extensión,
una sangre antigua y solitaria
se doblegaba encima, en un esfuerzo regido
por lunas periódicas y bellas,
por el giro del sol, que vuelve al tiempo
de aradas y simientes, de lluvias y largas noches
regresando lentamente de los días bien abiertos
sobre una madurez cálida y amarilla
de mieses embestidas por las hoces en balanceo.
¡Oh mundo desconocido de plástica armonía,
con reflejos de una herramienta limada por la tierra,
o de una cruz dorada sobre un pecho femenino,
dentro de un resol, dentro de un torbellino festivo,
del cual súbitamente acudía la magia
de una palabra despierta con gusto antiguo y nuestro!
Canciones que se desprendían de una ausencia de tardes,
como milagro detenido y luminoso que ignora el Tiempo,
traían a mi primavera más tierna
unas flores de perfume alucinante,
y por ellas recibía oscuros mensajes
de voces que me esperaban más allá de los años,
surgidas en el alma de la tierra profunda.
Todo un pueblo inquieto en su costumbre,
de viejo porte, con antiguas fiestas y aurorales palabras,
me esperaba a la salida de mi sueño infantil,
y los vivos destellos que la canción me abría
eran duras imágenes de sombra y luz
en un sueño agitado.
Yo amaba las imágenes y las palabras puras,
por el sueño y en la senda donde la vida se alarga.
¡Ah la dulce costumbre de unas voces entre los labios,
respondiendo a las voces hermanas que me llegan,
sobre este silencio, sobre este polvo
de las lenguas profundas,
con el acallado, unánime asentimiento de los ámbitos!
¡Ah, la palabra densa, escogida en un sueño, una espera,
que busca las palabras precisas que le acompañen en el verso,
y concuerdan, todos juntos, y un claro sentido extraen,
y crean como una música con el corazón y la tierra!
Sí, yo también cantaba, pleno de amor o de sombras.

Ya lo sé, Señor, que hay dolor, miedo, angustia, muerte.
Pero yo apreciaba la vida e incluso,
a menudo, lo que tenía de pecado y bajeza.
Apreciaba la vida y, de la vida,
este estremecimiento de milagro en las cosas,
tal como un sueño bello que huye con la llegada del día,
tiernamente añorado y con un dejo feliz,
compañero de algunos recuerdos a los cuales, al fin y al cabo,
se ha de renunciar. Ya lo sé, vosotros, amigos todos.
Pero yo perseguía una sombra por la tierra.
Sí, la vida entera, real; y, de cuando en cuando,
una voz, un deseo, un sueño inalcanzable,
poesía, amor, algo, una búsqueda vaga
del gran bien con que nos tentaban, imposibles, los seres;
y, al mismo tiempo, un tesoro incompartible,
fugaz, mío y que habría querido
dar a todos… Y es esta sospecha,
buscada inútilmente por el mundo, y sobre el mundo
nacida, y como por el mundo nutrida, lo que me sabe mal
abandonar. Todo este gran anhelo
y todo el amor que he aprendido,
¿se puede fundir con el último latido de un corazón de barro?
¿Eras Tú, Dios final, lo que buscaba,
en mi pasar más puro entre las cosas?

Traducción de Antoni Colinas

Luna de estío

Suaves se tornan las aristas de la tierra.
Es de sombra y de luz de luna su transparente forma.
El aire nocturno tiene resplandores difusos:
como un árbol de estrellas, acoge dentro del silencio
la tierna inquietud que no quiere dormirse.
Se hace más espesa la espuma vegetal, el blando follaje inmóvil
que la isla, oscura, vierte hasta los líquidos abismos.
Y las gotas de cal de las casas que huyen,
luna rota y salpicada,
entre un reposo de pájaros hacia el cielo se ilumina.
Durante un momento la brisa escucha el silencio del mundo,
y después, dilatándose, da una nueva pasada entre las hojas.
Un gran barco navega por aguas de misterio,
las velas levantadas hacia una plata palpitante.
Sin ruido se abren las negruras ante un vuelo o una proa.
Altas estrellas guían la tierra. Los hombre duermen
o se encienden de amor.
¡Ligero viaje de sombras y desvelada noche!
Pero la luna eleva una ilusión altiva.
Una vasta fragancia nos corona el olvido.
¡Mar vigilante, cantiles, repetida oleada,
isla, campos de soledad y silencio,
caminos que la noche rompe, adormecidas casitas,
el pueblecito que asciende, la iglesia con sus arcos,
y el aire entre las sierras,
y la luna afilada entre los cristales nocturnos!
¿Son de piedra estos muros que la piedra recubre?
¿Es esto vuelo o tierra?
El crujido de la rama, el arrastrarse de la brisa,
¿tienen un eco en las estrellas?
¿Y es que no siento mi amor humano con el universo?
Despertar, despertar a la estival impaciencia,
a las nocturnas corrientes que nos acarician la sed,
a la inmensa sorpresa que entre los aires se esconde,
a las alas incógnitas, a los escalofríos, a las voces;
despertar o esparcirse hacia el pasmo de la luna,
entre los pliegues constelados de las holgadas túnicas.

Traducción de Antoni Colinas

Evocación de Balansat

Ahora lejos de tus márgenes y senderos,
mientras espero volver al silencio espeso
con fuentes, relinchos, voces largas de campesino,
viento en los árboles y agudas primaveras,

oh Balansat de sueño, bien cercanas
querría en el surco del verso nuevas mercedes,
incierto deleite y tempestad de nada,
luz de ausencia en las horas huidizas,

alto reposo sobre páginas y pasos,
antiguos ecos que al corazón llegan, cansados,
mi tono justo siguiendo el monte y el huerto,

la noche que se cierra como tras el primer día,
la lluvia, los claros pájaros de la alegría,
el amor, la soledad del desconsuelo.

Traducción de Antoni Colinas

Canción pensativa

De mis dolores, unos pocos son míos
y los atros de la humanidad.
Por algunos sueños que he tenido
sé, así mismo, que he amado.
Como pájaro caído del cielo,
entre las olas, medio ahogado…
Todavía en el aire y en la luz
un ala se alza sobre el mar.
¿Conocerá alguno que he vivido
por el viento recluido bajo mi canto?
Por los terrores que en mí han nacido,
¿se podría decir que he sido cobarde?
Y por un gozo vago y oculto,
¿he consentida en ser mandado?
Ya no sé si soy yo mismo
o esta gente y estos viejos campos.
En este hablar que avivo
no sé lo que he dicho que ya ha pasado.
Una cosa es lo que yo creo
y otra lo que me ha de llegar.
Cuando de veras venga la muerte
será mi única verdad.

Traducción de Antoni Colinas

El combate

Estos hombres lucharon,
me refiero a los abuelos de los abuelos,
y también encima de estas hazas se sembró la sangre.
La dura mano empuñaba las armas y herramientas.
Defendían la vida, la cosecha y sus escasos bienes.
Soldados y campesinos empeñados en una única tarea:
clavar la reja en tierra o el cuchillo en el enemigo.
Llevaban aquellos siglos en su entraña
la incursión armada y la sequía hostil.
Por el mar llegaba la tempestad
y la nave enemiga como una nube airada.

Anidaban en ellos el miedo y la rabia,
luchaban, se ocultaban, eran hombres valientes.
Tuvieron que hacer compatibles con el pesado trabajo
las horas de algazara, de risa y de amor.
La muerte los embestía por todos los lados, aclaraba
los espesos brotes. Era igual
morir de peste, de hambre, ahogados o en plena lucha.
Tal vez tenía la guerra otro prestigio.

Y aquellos hombres iban al combate. Ellos sabían
que al menos defendían una porción de tierra, una casa,
allí cerca,
el pan de todos, en la despensa o en la era,
y eso les decidía a morir.
Sin saberlo, aceptaban un secular martirio:
ni siquiera creían que aquello se pudiese acabar.
Y además los hombres se conocían luchando,
y es hermoso enorgullecerse de una ardorosa fuerza,
y las armas pueden adquirir un extraño fulgor en las manos.

Traducción de Antoni Colinas