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La lluvia

He ahí la lluvia coronando todo el pueblo,
la lluvia deseada, la lluvia suplicada,
la lluvia con que contamos,
fiel ahora a la cita del otoño.
La lluvia que invade y recorre nuestro cielo.
¡Oh las nubes, la lluvia por su soberbio reino,
la lluvia y el viento meciéndose sobre el pueblo,
y el recogido pueblo bajo el don que gravita!

Dramático y profundo palacio de la naturaleza.
Esto es ahora lo que el hombre piensa
desde su cobijo.
Ve los caminos fangosos, los bosques removidos,
contempla el cielo por donde el agua, bellísima, embiste.
Surge la vida de la lucha y es
terrible esta fuerza prolongada del aguacero,
ese rayo que ahora une cielo y tierra, instantáneos,
el trueno que cruje y que rueda por sus rápidas azoteas
–¡ah, también acaba el amor en furia, en tempestad!

De una a otra casa, por hazas encharcadas,
es largo y difícil el camino.
Pero hazas, y casa, y caminos, y torrentes,
pequeños son como juguetes bajo la gran lluvia
–bajo la lluvia grande, ahora una reina con su manto,
danzarina, agitada, por sus aéreos dominios,
luminosa y sombría, terrible y cordial,
que sacude en torno al pueblo su falda empapada
y pisotea sobre los hombres y campos
como nuestro zapato aplasta el hormiguero.

Traducción de Antoni Colinas

Los muros (Baluarte de Santa Lucía)

Adelantados, medio desprendidos de la ciudad antigua
presente en tristes luces y en manchas que ascienden
hacia el orden y la locura de las estrellas,
grávida masa de sombra sobre los barrios marinos,
muros y rocas colgados
encima de la negra mar que insiste con profundos rumores.

Fuerte fue construida contra los hombres,
vieja muralla sobre murallas más remotas,
y resiste su dureza así mismo
el asalto del tiempo.

Solitario bastión bajo el gran don de los días,
alta proa que intima con la desolada noche,
compañera de las cosas duraderas que lo rodean:
el cultivado llano que invade las colinas,
el puerto, un refugio final de lejanías ásperas,
y combatidos islotes mar adentro invencibles.

Parece que sólo puedas contemplar
largos y lentos movimientos de acuerdo con tu perdurar:
pueblo que se estrecha dentro del estrecho abrazo,
agarrado hace siglos a abruptas rocas,
con cal y antiguos sillares defendiéndose desde arriba,
extendido después entre costa y muralla,
más confiado, con diferentes signos,
con años interminables de peligro
–muralla inútil contra los otros peligros de la peste o del hambre,
excesiva en medio de la paz y la única proeza
de vivir cada día y de morir,
estorbo para las mentes que el progreso exaltaba,
monumento rentable para los ojos fatigados de los turistas.

Oh muro, hermano del viento contra los colgantes hierbajos
y tus afiladas aristas,
hermano de los siglos y las naves
al inicio y al fin de largos caminos que se pierden,
de faros que entre tinieblas te llegan como ojos fugaces,
de mi alma también, lechuza en tus almenas,
que contigo se siente despierta, dura, sola y antigua.

Como con la luz de abril un día joven
de anhelos graves y tristezas cáidas,
contigo ahora nocturno, adulto con tu peso,
consciente de unas fuerzas poderosas,
débil en medio de ellas,
pero participando de su complejidad,
como la mota de polvo que vuela bajo el viento.

Resistente baluarte, pero tampoco eterno,
tú me abocas a todas las cosas que prefiero
y al tiempo que no sabemos si amar u odiar.
Sólo sabemos que lo que más amamos
también es el lugar del mal que más nos hace sufrir.

Nuestra sangre aquí late y desfallece
y en las muertes de nuestros amores
vemos toda la muerte:
como acaban las hojas, acabará el árbol.
Existirá el futuro
mientras exista en el deseo,
con nuestro deseo acortándose.
Si huía el amor, el pensamiento nos quedaba;
pero ¿qué podrá ser esta espuma
sin las ondeantes fuerzas profundas,
y rodo el cuerpo de nuestras pasiones?
Sólo queda la vida que fluye y no es mentira
que pueda vivir sin mí.

Desde aquí, bastión con tanta vida alrededor,
soberbia y no del todo ineficaz
pieza de un drama insigne, profundo e inextricable,
desde aquí nos sentimos más unidos,
en pensativo aislamiento,
a los hombres que han rehecho este trozo de naturaleza,
imagen breve de un mundo más espacioso:
a los que lo dejaron, detenido sólo un momento,
a nuestro inicial amor,
y a los que habrán de aportarle después trabajo e inquietud.
No sólo fueron años áureos
los de nuestra juventud,
porque los habrá nuevos y con seguridad más claros
para cada pecho juvenil;
y desde esta noche y tu sombre amiga
quiero meditar en la angustia y el milagro,
en los sucesivos propósitos y olvidos
de cada nueva primavera.

Traducción de Antoni Colinas

La otra isla

Venía por los caminos de este mundo mío roto
en islas. Formentera… Otra vez un gusto
distinto. Diré mis pasos –no sé encontrar la fórmula–
sencillamente, en cierto orden o desordenadamente.
El cielo aquí es muy grande, y se alarga el crepúsculo
interminablemente. Venía de las dunas
por la orilla del mar; de los quietos estanques; de las sabinas,
las higueras y de toda vegetal compañía;
de la gente esparcida; de los campos de roca y hazas
cerradas con paredes; de un trozo de Formentera.
Había sal, piedra arenisca, y siguiendo los caminos,
la ceja de unos pinares. Volteaba un viejo molino…
Me quedé solo en el pueblo. Se aproximan las casas
sobre la piedra lisa, en desnuda explanada.
Y allí, entre campo y pueblo, veía la iglesia en sombra,
más elevada, de donde llegaba la sonora oración;
y veía el rastrojal del estío, sendas, árboles.
Si moría el crepúsculo, la luna se acercaba.
Un vasto encantamiento apoyaba sus bordes
en alguna parte de mí que hacia afuera salía.
Aún me dirigí, poco apoco, subiendo
hacia un molino que abría sus brazos al espacio;
que los abría hasta hace poco, ya que, robados al viento,
yacían ahora por la tierra, pesados y quietos.
Aquí es donde yo quería venir, ya lo sabía
al emprender el viaje: recuerdo de otros días.
Y era esto lo que venía a buscar, esta mirada
en la que ponemos toda el alma, muy sola, muy lenta, muy larga.
Amar tanto la tierra, Dios mío, ¿no es amarte
también un poco a ti? ¿O de esta manera te ocultas?
pera no es con pensamientos como deseo comprender
este pequeño mundo que acaba en Formentera,
y en la mirada crece, y tiene la justa medida
de esa mirada: estas antiguas Pitiüses
–la montañosa Ibiza al norte extendida;
los Freus que ya encienden los faros en los islotes;
erecto y diferente, y en una esquina, el Vedrà;
la mar que también es nuestra, la mar, siempre la mar;
y esta Formentera de gracia indefinible,
más mar que tierra, con dos estanques donde cae el día.
El pensamiento inútil se retira; es en los ojos
donde vivo, en el silencio, en los graves ecos profundos.
Me encuentro a mí mismo, ya estoy allí donde quería,
junto al molino, con distancias en torno tan amigas,
y sé que no podré escoger aquellas palabras
–por eso hablo tanto– con las que explicaría mi mundo,
mi soledad siempre acompañada,
mi interior y abierta Formentera.

Traducción de Antoni Colinas

Yo soñaba un largo camino…

yo soñaba un largo camino

Yo soñaba un largo camino,
como un triste, largo camino de cuento.
Caminos de niño no tienen fin.
Avanzar por ellos era como huir.

Todos los cuentos eran tristes.
La madre ha muerto, partió el hijo…
Ahora doy pasos en la arena.
El largo rastro pesa en la espalda.

¡Oh bosque hondo y húmedo ribazo!
Pronto cambiaba el paisaje.
Lo que quería, se me deshace,
encontraba los impedimentos del mundo.

Amor que fuera está del camino.
Mano que, vacía, se ha de cerrar,
que ha de apretar lo que no desea.
No es nada alegre lo que uno sueña.

No era sino un rumor
de abejas, una desazón que canta…
El camino se pierde en el dolor
y es su color el de la atardecida.

No falta una rara belleza.
¿Cerrar no te quietes, verdad, vieja mirada,
medio cansancio, medio avidez?
¿Querría el deseo una nueva presa?

¡Veo tan grande, tan pequeño el botín,
si en una revuelta me giro hacia atrás!
Más no tendrás de lo que has tenido.
Caminos de hombres son breve camino.

Traducción de Antoni Colinas